La COP16 en la ciudad de Cali, Colombia
Los pueblos indígenas y el Convenio sobre la diversidad biológica
Escribe Silvina Ramírez
La Conferencia de las Partes del Convenio sobre la diversidad biológica, la autoridad suprema del Convenio, se reunió en Cali, Colombia, en los últimos días de octubre. Frente a un escenario en donde el cambio climático es un tema insoslayable que amenaza fuertemente la vida en el planeta, y frente al cual los pueblos indígenas tienen un rol relevante, ampliamente reconocido, se discute cuáles deberían ser las acciones futuras para coadyuvar a la conservación de los seres vivos.
El Convenio entró en vigor en diciembre de 1993, en 1994 fue aprobado por Argentina. Comprende la diversidad biológica en general, esto es ecosistemas, especies y recursos genéticos. Su artículo 8, sobre conocimiento in situ, tiene un inciso especial dedicado a comunidades indígenas y locales.
8j) Con arreglo a su legislación nacional, respetará, preservará y mantendrá los conocimientos, las innovaciones y las prácticas de las comunidades indígenas y locales que entrañen estilos tradicionales de vida pertinentes para la conservación y la utilización sostenible de la diversidad biológica y promoverá su aplicación más amplia, con la aprobación y la participación de quienes posean esos conocimientos, innovaciones y prácticas, y fomentará que los beneficios derivados de la utilización de esos conocimientos, innovaciones y prácticas se compartan equitativamente.
En 2015 se crea una plataforma para comunidades locales y pueblos indígenas, y entre 2016 a 2018 continuaron los diálogos para identificar las necesidades específicas de los pueblos indígenas, y así establecer un plan de trabajo. En la reciente COP16, finalmente se aprobó la creación de un nuevo órgano subsidiario que permita fortalecer el trabajo entre países, pueblos indígenas y comunidades locales. De ese modo, fueron reconocidos como actores imprescindibles en la conservación de la biodiversidad.
Más allá del reconocimiento de los pueblos indígenas en estos foros internacionales, dos son las cuestiones que surgen para el debate. El primero es la participación indígena, cómo se da, en qué contextos, cuál es la incidencia real. El segundo tiene que ver con la construcción de conocimientos, y hasta qué punto las miradas indígenas son tenidas en cuenta –o dejadas de lado- en espacios en donde se valora principalmente los abordajes científicos en detrimento de otros conocimientos. Si éstos se vuelven marginales, en qué medida la participación indígena es relevante, o no forma parte de “una puesta en escena más”, en donde prevalecen otros actores (las empresas, por ejemplo) o en donde la incidencia indígena siempre es limitada.
Los escenarios internacionales siempre plantean estos dilemas. No participar puede allanar el camino a otros actores con otros intereses, y participar -a veces- es legitimar espacios en donde las acciones concretas –y también la falta de financiamiento- están lejos de manifestarse.
La lucha indígena está conformada por un conjunto simultáneo de acciones, atravesada por estrategias muy disímiles. La dimensión internacional está presente desde hace unas décadas en las organizaciones indígenas y cuentan con ella como espacios privilegiados de expresión. Sus referentes intentan hacer escuchar sus voces y lograr impactos para visibilizar sus miradas, para difundir sus conocimientos ancestrales; en definitiva, para acreditar su existencia como pueblos.
La dimensión internacional también es un arma de doble filo. Porque tiene logros “aparentes” que no se cristalizan en la realidad. En el encuentro de las partes del Convenio de la diversidad biológica (CDB), en su decimosexto encuentro, se alcanzó un logro demandado por los pueblos indígenas: la creación de un ente subsidiario que motorice determinados planes de trabajo. Un programa que requiere de recursos económicos para funcionar efectivamente, recursos que aún no se encuentran garantizados.
Deberá transcurrir el tiempo para constatar cuán significativos han sido estos avances. No se trata de instalar una mirada negativa –más allá que, en lo personal, me atraviesa el escepticismo alrededor de los avances genuinos que puedan alcanzarse en estos ámbitos- en donde la lucha indígena debe librarse en todos los frentes. Pero éstos son ámbitos atravesados por discusiones alrededor de las políticas ambientales que no pueden “sacar los pies del plato” del capitalismo, y de un modelo económico que está muy lejos del respeto de la diversidad biológica.
En Argentina, con el presidente Milei sosteniendo un incomprensible negacionismo frente al cambio climático y sosteniendo una agresiva política extractivista; con el triunfo de Trump en las elecciones de Estados Unidos, quien es uno los principales impulsores de la industria petrolera, es muy difícil transformar el vínculo nocivo establecido con la naturaleza, y privilegiar la sobrevivencia de ecosistemas y la utilización sostenible de los bienes comunes naturales.
Efectivamente, los pueblos indígenas desempeñan una función relevante, de guardianes del territorio, de alerta permanente ante los daños producidos, de construcción de otras alternativas posibles frente a una única visión anclada en una economía capitalista que, a la mejor luz, privilegia la justicia social, pero que no sólo termina dándole la espalda, sino que ignora la justicia ambiental y la justicia ecológica. Sólo resta esperar que la presencia sostenida de los pueblos indígenas en estos ámbitos, despierten conciencia y contribuyan a una transformación, que cada vez es más urgente y que día a día se aleja en el horizonte de aquellos que creemos en los derechos de todos los seres vivos.
Foto: COP16
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