El día de la raza vs el día de la diversidad cultural: impactos de una postura ideológica
Escribe Silvina Ramírez
Otro 12 de octubre en donde se conmemoran 532 años de resistencia indígena, pero con una particularidad. En Argentina, ya se había superado una vieja concepción arraigada en otro momento histórico del mundo, que soslayó durante décadas la presencia de los pueblos indígenas en todo el continente, y se focalizó en la llegada del “hombre blanco” pretendidamente superior, de una hispanidad que supuestamente arribó al nuevo mundo con las mieles de la civilización. La conmemoración de la diversidad cultural, visibilizando finalmente a los pueblos indígenas, reconociendo no sólo su existencia sino sus aportes como pueblos y culturas, con una identidad definida -y con derechos que fueron adquiriendo esforzadamente- significó un paso adelante en la configuración de los nuevos Estados.
Como contrapartida, vale la pena detenernos en el tipo de conmemoración de este año, porque sin lugar a dudas traduce regresividad y se presenta como una posición irresponsable que entraña un peligro en ciernes. Una postura ideológica profundamente negadora de los pueblos indígenas, indiscutiblemente racista y discriminadora, claramente colonizadora, se evidenció en un mensaje de la casa rosada, y en otro surgido de la vicepresidenta. En el primero, en una suerte de vídeo que combina la ignorancia, el infantilismo, la provocación y mala fe, se habla del “inicio de la civilización”, dando la espalda a la historia misma. Un mensaje que rezuma desprecio por lo que, claramente, desconocen o intentan esconder.
Simultáneamente, se conoció un mensaje de la vicepresidenta que hace alusión al día de la hispanidad, un término que al menos recuerda la violencia de la conquista, el sufrimiento y la crueldad, los despojos y el genocidio, todas realidades que fueron prolijamente obviadas por la actual gestión de gobierno. Ambos actos nos deben llevar a reflexionar sobre los horizontes que se perfilan, y los peligros inmediatos que generan mensajes “oficiales” que, adrede, eliminan partes relevantes de la historia.
Desde su asunción, el presidente de Argentina se obstina en dar la espalda a los pueblos indígenas. Lleva adelante un discurso único que sólo visualiza una perspectiva individual, y que en la faz pública se traduce en una ambivalencia permanente, un “como si” (por ejemplo, una pretendida renovación del Instituto Nacional de Asunto Indígenas), y que en la práctica sigue ignorando las demandas de los pueblos indígenas, eliminando por resolución el Registro Nacional de comunidades indígenas (Renaci) sin ningún tipo de consulta a los afectados- bajando la directiva a la Administración de Parques Nacionales de promover de los desalojos, y estableciendo un régimen de incentivos a las grandes inversiones (RIGI, en otras palabras, para las actividades extractivas), que atenta directamente contra los territorios indígenas, entre otras acciones negativas para el respeto de los derechos indígenas.
Frente a este estado de cosas, no sorprende que se distorsione y banalice la conmemoración del 12 de octubre de la mano del desconocimiento de los derechos territoriales, de la explotación de los bienes comunes naturales que se encuentran en ellos, de la preexistencia de las comunidades indígenas. Al menos, tres ideas atraviesan esta nueva/vieja relación del Estado con los pueblos indígenas, que profundiza sus contradicciones, e intenta volver a relegarlos al olvido.
La primera, tiene que ver con el tan conocido binomio “civilización y barbarie”, una idea que hizo enorme daño a la construcción de un vínculo distinto entre culturas y miradas del mundo divergentes. Un pensamiento anacrónico, que situaba a la civilización en el sujeto occidental. Así, dejaba a los pueblos indígenas sólo el lugar del salvaje, de aquellos que debían colonizarse, evangelizarse, en síntesis, convertirlos en occidentales.
La segunda idea está relacionada con el modelo económico imperante y junto a él, el modelo de desarrollo que tiene como objetivo el supuesto progreso. Para hacerlo posible, las actividades extractivas ocupan el centro de la escena. A mayor explotación, mayor generación de recursos. El costo a pagar es devastar el territorio indígena (y, desde ya, la contaminación global y el cambio climático, entre otros efectos no deseados, pero que terminan siendo intencionales).
La tercera idea gira alrededor de una nueva invisibilización, que vuelve a sumergir a los pueblos indígenas en un lugar secundario; o se encuentras ausentes en la agenda pública de esta gestión de gobierno o es un escollo para sus objetivos, y en ese sentido se deben formular políticas que retrocedan frente a lo alcanzado. La relación de fuerzas con las comunidades indígenas es tan dispar, que éstas asisten a estas decisiones con escasas herramientas para hacerles frente.
A todo esto, se le suma el desinterés de la nación de intervenir en asuntos estrechamente vinculados a los pueblos indígenas –y a sus derechos- para dejarlos en manos de las provincias, con el argumento de la autonomía provincial y del régimen federal de gobierno, cuando lo que está generando es mayor desigualdad e inevitablemente abre las puertas a la recurrencia en la vulneración de los derechos.
No me corresponde, en lo personal, hablar de las debilidades/fortalezas de las organizaciones indígenas. Pero sólo posicionándose a través de sus organizaciones propias como pueblos, es que podrán hacer frente a este panorama tan adverso. Volver a nombrar el 12 de octubre como día de la raza va mucho más allá de lo simbólico, significa la puesta en marco de una ideología que no puede sino abrir heridas y agitar enfrentamientos y conflictos. Es imperioso estar atentos a estos cambios de época, pero no en el entendido que todo tiempo pasado fue mejor, sino teniendo presente que no ha sido posible aún transformar el Estado y la democracia en estructuras y formas de gobierno en donde los pueblos indígenas puedan hacerse escuchar, en donde puedan incidir y en donde también tengan un espacio para provocar cambios profundos.
Foto de portada: Roxana Sposaro
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