Memoria indígena en el 24 de marzo
Recuperar la voz para la Justicia y la Verdad
El 24 de marzo se cumplen 49 años del último golpe cívico militar en Argentina. Es un momento clave para reflexionar sobre los crímenes cometidos por el terrorismo de Estado y exigir memoria, verdad y justicia. Sin embargo, esta fecha también ofrece una oportunidad urgente para visibilizar la memoria indígena, silenciada y negada históricamente, tanto por la dictadura como por siglos de colonización y genocidios.
En este contexto, hemos entrevistado Héctor Senaqué Santomil, se presenta como referente de la Comunidad Charrúa Etriek de Villaguay, Entre Ríos, y vocero del Consejo de Participación Indígena (CPI) ante el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas. del pueblo Nación Charrúa. Héctor, comprometido con la defensa de los derechos territoriales y la preservación cultural, nos comparte su visión sobre cómo la memoria indígena puede y debe ser parte integral de la conmemoración del 24 de marzo.
24 de marzo y memoria indígena
La transmisión de la memoria en el pueblo charrúa es un proceso vital que permite a sus integrantes reconectar con sus raíces a pesar de siglos de opresión. Los pueblos originarios en Entre Ríos, entre ellos los Charrúas, los Chanas y los Bohanes, han logrado, a través del mestizaje y la resistencia a la aculturación, preservar costumbres y saberes ancestrales.
El “Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia” resuena con fuerza en estas comunidades. Hector afirma “Todo los años hacemos este ejercicio de memoria, desde nuestra perspectiva indígena, también connotando lo que paso anteriormente, con el genocidio indígena.” Él recuerda que desde la primera marcha del 24 de marzo en Buenos Aires, las comunidades participaron en la movilización.
Este día es fundamental porque simboliza una lucha compartida por la recuperación de la identidad y los derechos. Esta fecha, también es una oportunidad para visibilizar la memoria del genocidio indígena y las discriminaciones que aún persisten. Marchar en esta jornada es un acto de resistencia y justicia, un reclamo para que su historia, sus territorios y sus identidades sean finalmente reconocidos y respetados.
La recuperación de la identidad del pueblo nación Charrúa
La recuperación de la identidad charrúa es reciente y se ha consolidado durante las últimas tres décadas a partir de la transmisión oral y el esfuerzo colectivo de miembros de la comunidad comprometidos con la reivindicación cultural. Comenzó a finales de los años 80, cuando miembros de la comunidad empezaron a investigar su identidad y origen, preguntando a sus abuelos. Esta búsqueda se desarrolló en un contexto de violencia y discriminación histórica que obligó a muchos a ocultar su identidad para protegerse. Rosa Albariño, proveniente de una militancia indigenista, fue clave en la reconstrucción identitaria, conectando con personas que compartían la misma inquietud y generando un movimiento de recuperación, especialmente en Villaguay, donde se conmemora su trabajo con el Día de la Mujer Originaria.
La recuperación de la identidad charrúa se basa principalmente en la reafirmación cultural y la conciencia colectiva, frente a un sistema que históricamente intentó suprimir su existencia. Héctor enfatiza que “es fundamental lo cultural porque siempre hemos resaltado esto más que la cuestión de herencia biológica, ya que el mestizaje siempre existió, incluso antes de la llegada de los invasores a estos suelos”.
El regreso de la lengua Charrúa: la vitalidad de un idioma dormido
La lengua Charrúa, casi extinta por siglos de represión, ha empezado a renacer en las últimas décadas gracias al esfuerzo de la comunidad por recuperar sus tradiciones. Héctor señala que “la lengua no murió, sólo quedó dormida”, y la revitalización de este idioma se ha convertido en un pilar para afirmar la identidad.
Durante años, la tradición oral fue el principal medio de transmisión, pero la imposición de lenguas coloniales provocó que el Charrúa se dejara de transmitir. A pesar de la represión, muchos lo hablaban en sus hogares, y la figura del “Indio Floro”, el último hablante conocido, se erige como un símbolo de resistencia. En Villaguay, se celebra el Día del Pueblo Charrúa Entrerriano el 3 de septiembre en honor a él y para reivindicar la lengua como parte vital de la memoria colectiva. Héctor remarca que Floro representa “la lucha contra el negacionismo” y la memoria de su comunidad.
La revitalización de la lengua va más allá de rescatar palabras; busca reinterpretar conceptos que reflejan la cosmovisión. Héctor destaca que “la lengua Charrúa es conceptual. Cada palabra tiene su amplitud en su significación y sentido”. Las palabras tienen significados profundos, como “Inchalá” traducido hermano/hermana que refleja relaciones de confianza, afecto y pertenencia a la comunidad, más allá del parentesco.
Este proceso también involucra a las nuevas generaciones en talleres y actividades. A través de la lengua, el pueblo Charrúa no sólo recupera sus raíces, sino que también ofrece a las nuevas generaciones las herramientas para reivindicar sus derechos y construir un futuro donde su voz sea escuchada y respetada. Así, como lo afirma Hector, “Cada vez que utilizamos la lengua, nos vamos a encontrar a nosotros mismos”.
Identidad y derechos negados: la lucha por el reconocimiento
Desde la colonización hasta el presente, los pueblos indígenas han sido sometidos a campañas de exterminio, desplazamientos forzados y prácticas sistemáticas de despojo territorial. La masacre de Napalpí en 1924 fue parte de un genocidio sistemático perpetrado durante el siglo XX contra los pueblos indígenas, particularmente los Qom y Moqoit, en el marco de la apropiación territorial y la negación de sus derechos. Este hecho se suma a un proceso histórico más amplio que comenzó con la colonización y continuó con campañas de exterminio como la mal llamada “Campaña del Desierto” en el siglo XIX, caracterizadas por la ocupación violenta de territorios, el sometimiento de mujeres indígenas a violaciones, el reclutamiento forzoso de hombres para las milicias y la separación de niños de sus familias.

La narrativa oficial ha omitido o minimizado la presencia y contribución de los pueblos indígenas. Este negacionismo histórico ha generado un ciclo de invisibilización que, lejos de ser solo un borrado del pasado, se ha convertido en una estrategia de negación activa de derechos. Héctor lo expresa con claridad : “Si no existís, no podés reclamar derechos.” Este argumento refuerza la exclusión de los pueblos indígenas al negarse a reconocer su existencia como sujetos plenos de derechos.
Esta invisibilización ha llevado a muchos a caer en la auto-negación, en un intento por sobrevivir dentro de un sistema que niega su identidad. Como señala Héctor, “el dolor de ser negado, de no poder identificarte con lo que eres, es una herida latente que sigue presente hoy.” La auto-negación se convierte así en una estrategia de protección frente al rechazo social, históricamente infligido por la cultura dominante que ha estigmatizado a los pueblos originarios, viéndolos como “lo feo”, “lo malo”, “lo sucio” según Hector.
El racismo institucionalizado refuerza la idea de que las culturas indígenas son inferiores. Este fenómeno se traduce en una violencia territorial que se evidencia en el despojo de tierras y bienes comunes naturales, manteniendo a las comunidades en condiciones de vulnerabilidad y marginación. La deshumanización de los pueblos originarios se refuerza mediante estigmas que los califican de “terroristas,” “salvajes”, “brutos” e “incultos.” Estos prejuicios persisten hasta hoy, especialmente en los discursos que buscan desacreditar las luchas por derechos territoriales.
La discriminación sufrida desde la infancia, basada tanto en el origen indígena como en la pertenencia a clases sociales bajas, ha marcado la vida de Héctor. “He sido discriminado más desde este lugar de procedencia. Ahora, cuando uno asume esta identidad, los riesgos son otros; nos exponemos a la estigmatización, burlas, hasta odio.” Sin embargo, a pesar de la exclusión y el dolor, el proceso de descubrimiento de su identidad fue liberador. “De a poco fui incorporando esta identidad en mi ser y desde ahí no paré más”, dice Héctor, que describe un proceso de resistencia y reafirmación personal.
Hoy, los pueblos indígenas continúan enfrentando el racismo y la violencia estructural. La reivindicación de sus derechos y la visibilización de su existencia se convierten en actos fundamentales de memoria y resistencia.
Lucha por la memoria y la justicia
La lucha por la memoria indígena también es una lucha por la justicia. La Masacre de Napalpí, ocurrida en 1924 en la provincia del Chaco, donde un centenar de policías, gendarmes y colonos fusilaron entre 500 y 1000 personas de los pueblos Qom y Moqoit, es un ejemplo emblemático de los crímenes atroces cometidos contra los pueblos indígenas en Argentina. Este hecho fue silenciado durante casi un siglo, hasta ser reconocido como crimen de lesa humanidad en 2020 gracias al trabajo incansable de, entre otros, el historiador indígena Juan Chico, perteneciente al pueblo Qom, quien dedicó su vida a visibilizar estos horrores.
Sin embargo, esta masacre es sólo una de muchas que aún no han recibido el mismo reconocimiento. En Uruguay, la “masacre de Salsipuedes”, ocurrida el 11 de abril de 1831 bajo el gobierno de Fructuoso Rivera, dio inicio a un plan sistemático de exterminio del pueblo charrúa. Más de 300 charrúas fueron asesinados, mientras que otros tantos fueron capturados, separados de sus familias y sometidos a trabajos forzados. Cuatro de ellos, entre ellos el sabio Senaqué, la joven embarazada Guyunuza, Tacuabé y Vaimaca Pirú, fueron llevados a Francia como parte de un espectáculo antropológico. Senaqué, anciano y desarraigado, murió en huelga de hambre en 1833.
Para Héctor, estas historias no son simplemente episodios del pasado, sino ejemplos de un patrón de negación y violencia estructural que sigue vigente. La lucha por la memoria histórica está profundamente conectada con la defensa de los territorios y la erradicación de los estereotipos raciales que aún justifican la exclusión. La falta de políticas públicas adecuadas y el desinterés del Estado perpetúan esta invisibilización.
La memoria es un acto de resistencia, una forma de recuperar la dignidad y afirmar su identidad frente a siglos de opresión.
Memoria y identidad en la actualidad: entre desafíos y sucesos
La lucha por la identidad y la memoria indígena se mantiene viva a través de la organización comunitaria y la creación artística. La Escuela Popular Charrúa Etriek ha sido un espacio esencial en este proceso. Según Héctor, “ha sido fundamental el espacio cultural comunitario […] para nuestro proceso identitario”. Este lugar permite la expresión artística y cultural a través de actividades como recitales, talleres de audiovisuales, poesía, música y teatro. Además, la Radio Comunitaria La Redota y el tradicional fogón de la memoria, verdad, territorio e identidad refuerzan este proceso de construcción colectiva. Cada 12 de octubre, la comunidad celebra este fogón como parte del Día de la Memoria, Verdad, Identidad y Territorio de los Pueblos Indígenas de Abya Yala, una iniciativa que se realiza desde 2002 para reivindicar la historia y la resistencia indígena frente a la colonización y el genocidio.

Además, el proyecto Oyendau productora audiovisual charrúa, en colaboración con el Centro de Políticas Públicas para el Socialismo (CEPPAS) y otras organizaciones, busca visibilizar y promover la cultura indígena mediante la creación de contenidos propios. Héctor destaca que “nuestra cultura es una herramienta poderosa para transformar esa realidad que nosotros decíamos”, subrayando la importancia de estas producciones para contrarrestar el silencio impuesto históricamente.
Sin embargo, la comunidad enfrenta obstáculos significativos. La falta de políticas públicas adecuadas y las dificultades económicas siguen afectando a los pueblos originarios. Héctor menciona que, si bien las herramientas culturales son poderosas, “es lamentable que llegamos a este estado de pelear para sobrevivir día a día”.
A pesar de todo, la resistencia continúa. La transmisión de la memoria y la identidad pasa también por la organización colectiva. “Creemos que esta herramienta es importantísima […] para integrar esa conciencia y darle vuelta al proceso de autoidentificación”, afirma Héctor. La memoria indígena se sigue construyendo, no sólo en la lucha por la verdad y la justicia, sino también en la creación cultural y comunitaria que busca garantizar un futuro más justo para las nuevas generaciones.
El 24 de marzo debe también abrirse a la memoria indígena, reconocer los genocidios y la marginación sufridos por los pueblos originarios y, sobre todo, visibilizar su persistencia, su resistencia y su lucha por la justicia.
Como expresa Héctor, “más que nada pretendemos que esta conciencia crezca y no decaiga en ningún momento, como lo hicieron nuestros antepasados, solo así viven en nosotros, si abandonamos, ellos son abandonados…”. Su testimonio subraya que la lucha por la identidad y los derechos indígenas es inseparable del proceso de reconstrucción de la memoria histórica y de la erradicación de estereotipos raciales que aún justifican la violencia y la exclusión.
Incorporar la memoria indígena al 24 de marzo es un acto de justicia pendiente, un compromiso con la verdad y con la construcción de un futuro donde todas las voces sean escuchadas y respetadas.
✍🏽Léa Roumégoux
📷 Gentileza Héctor Senaqué Santomil
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