La subversión de los muertos
Resistencias contra la megaminería de litio en Antofagasta de la Sierra – Catamarca.
Escribe: Aldo Sebastián Vergara Duveaux, abogado de Derechos Humanos e Investigador
Un par de muertos llevan adelante una de las batallas más épicas y menos conocidas de nuestro tiempo. El campo de batalla es la Puna Catamarqueña en el Departamento de Antofagasta de la Sierra, en la provincia de Catamarca, y la batalla es desigual. Un par de muertos se enfrentan a –por ahora-dieciocho empresas transnacionales que pretenden extraer litio de los salares usando para ello la escasa agua dulce del lugar. Porque sin litio no es posible la transición energética imperiosa, urgente.
Uno de los muertos no tiene nombre. Se lo conoce como “Hombre Muerto”. El otro es “Don Bernardo Guitian”, bisabuelo del cacique de la comunidad indígena Atacameños del Altiplano, Román Guitian. Ambos muertos siguen vivos, de una manera que nuestra racionalidad no comprende del todo, pero viven y alimentan la resistencia al despojo y la destrucción de la Vida en el Salar del Hombre Muerto.
“Nadie sabe lo que puede un cuerpo” reza la famosa frase de Spinoza. Y, sin ahondar demasiado, suele decirse, que es así, que hay una indeterminación en la potencia corporal, en la fuerza vital que anima un cuerpo. Pero, y ¿si se trata de un cuerpo muerto? Podría decirse que eso ya no es un cuerpo, que son más bien restos, si es que llevan mucho tiempo allí. Pero la pregunta aun así es legítima y podría parafrasearla diciendo directamente ¿Cuánto puede un muerto?
Por lo pronto lo que sabemos es que el proceso de unificación de los proyectos Sal de Vida (Galaxy) con Fénix (Minera del Altiplano) avanza sin parar. Y para ello requieren del transporte del material a la planta, instalada ya hace casi 30 años, del proyecto Fénix. Para ello, abrieron un nuevo camino minero sobre el territorio de la comunidad indígena, a escasos metros de la casa de Román y del sitio sagrado donde yacen los restos del Hombre Muerto y de su bisabuelo Don Bernardo Guitian.
De manera igualmente vertiginosa siguen aprobándose nuevos proyectos de exploración en toda la zona, mientras la comunidad indígena se pregunta en voz alta de dónde piensan sacar el agua necesaria para extraer el litio, aunque en el fondo ya lo saben. Lo harán del Río Los Patos, única fuente de agua dulce de la zona.
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Es cierto que a Román y a la comunidad le da bronca la muerte de la vicuña. Les escandaliza y les duele cuando piensan el daño irreversible que ocasiona la muerte del río. Pero cuando se trata del riesgo de daño a la tumba hay otra cosa. Siento que son más bien los muertos los que se indignan y los interpelan, les exigen que levanten la voz en esta batalla desigual que parece imposible ganar. De alguna manera, son los muertos los que hablan y denuncian el expolio y la destrucción.
Pero para comprender esto, necesitamos otra matriz ontológica que nos permita ingresar al caso desde otra racionalidad o, más bien, desde otra sensibilidad política. Dice Despret, en su hermoso libro “A la salud de los Muertos” (Despret, V.: 2022, A la salud de los muertos: Relatos de quienes quedan. La Oveja Roja), que la idea de que los muertos pertenecen a otro mundo, completamente incomunicado con el nuestro, es bastante reciente. La modernidad nos obliga a duelar la muerte sin más, dejándole un lugar bastante marginal a esos cuerpos, a esos afectos que “ya no están entre nosotros”. Sin embargo, hay miles de ejemplos que la autora recopila de lo contrario. Los muertos suelen ocupar lugares muy importantes en nuestra vida y nuestras decisiones. Son, por lo tanto, actores políticos de primer orden. Poseen una agencia, que escapa a la racionalidad occidental, patriarcal, colonial, capitalista. “Numerosas, muy numerosas, son las personas que continúan creando y explorando, de manera a menudo inventiva, relaciones con sus muertos” (Despret. p. 15)
Román ya me había contado esta historia antes, pero fue hace apenas unos meses atrás, mientras viajamos interminables horas para llegar al Salar, que volvió a narrarme la historia de la Tumba del Hombre Muerto. Me cuenta que, cuando él aún era un niño y dormía en los corrales de piedra sin techo junto a las llamas, su abuela le contaba que su bisabuelo, Don Bernardo Guitian, había pedido ser enterrado al lado de la Tumba del Hombre Muerto. Que éste era un cuerpo que Don Bernardo había hallado mientras pastoreaba sus animales y, sin saber bien por qué ni cómo, lo cargó y lo trajo hasta su rancho y lo enterró ahí mismo. Y desde ese momento toda la zona fue rebautizada con el nombre de “Hombre Muerto”. Por eso no sólo el Salar se llama Hombre Muerto. También la vega de agua que riega los campos que la familia de Román habita ancestralmente se llama “Vega del Hombre Muerto”. Y también el Cerro que está allí se llama “Cerro del Hombre Muerto”.
Se trata entonces de una presencia, de una existencia, que no puede decirse que no tenga autoridad para dar su palabra, decir lo que piensa, sobre lo que está sucediendo en su casa. Todo lo que allí existe lleva su marca, y lo que por allí transita encuentra su orientación, su sentido, a partir de estas referencias. ¿Cómo entonces no consultarle lo que piensa sobre la producción de litio?
Román sabe perfectamente que los muertos mueren si los dejamos morir. Que sólo se van del todo de este plano si es que les quitamos la posibilidad de decir su palabra. Pero esto es inconcebible para él. Hacerlo implica una traición, a sí mismo, a su historia, a su tierra, a su cosmopraxis. Román le da al Hombre Muerto eso que Despret llama “un plus de existencia”. Y no entiendo muy bien, ni sé por qué, eso me devuelve un poco la Fe.
“Llevar a un muerto a un “plus de existencia” que le permita continuar influenciando la vida de los vivos demanda entonces todo un trabajo o, más precisamente, toda una disponibilidad, que no tiene mucho que ver con el famoso “trabajo de duelo”. Los muertos piden que les ayudemos a acompañarnos; hay actos que realizar, respuestas que dar a esa petición. Responder no sólo consuma la existencia del muerto, sino que le autoriza a modificar la vida de los que responden” (Despret, 2022, p. 16). No dejemos solo a Román en esta tarea.
Foto de Portada: Analía Llorente
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