El agente incendiario, políticos y negocios inmobiliarios mapuche
El historiador Mapuche Chele Díaz reflexiona sobre la destrucción ambiental, el despojo de los territorios y la manipulación política y mediática que enfrenta el Pueblo Mapuche. Oriundo de Trevelin, obrero, cantor, trovador, poeta y escritor publicó entre otros libros “Persiguiendo a los Caciques”, “1937: el desalojo de la tribu Nahuelpán”, “Esquel, memoria y testimonios” y el libro de cuentos “Como una sombra doliente”.
Durante miles de años creció, se desarrolló el bosque nativo, la selva y la vida en WallMapu. Bajo su protección nacieron cientos de generaciones de hombres y mujeres mapuche. Una tras otra fueron aprendiendo que su esencia terrenal era la misma de todos los seres con los que compartían la tierra. Generaciones costó aprender su lenguaje, el idioma de la tierra: el mapuche zungun o el mapuzungun. De ella vino el entendimiento porque la lengua tiene vinculación directa con el Itrofil mongen: la naturaleza. Todos los seres vivos, incluidos los animales, el agua, el árbol y hasta la piedra, hablamos el mismo idioma. El mapuzungún es la lengua de la naturaleza y es la que hablamos ella y nosotros; el pueblo mapuche. Después de la llegada del wingka invasor, nuestros antiguos, los kuifike che yem, fueron obligados a callar y a aprender el idioma del invasor. Así nos quitaron la magia de la comunicación con todos los demás seres vivientes y devenimos en esto: un pueblo acallado, de gente silenciosa, temerosa de la crueldad de dios que nos impusieron.
El plan avanzó y con el mestizaje producto de los abusos y las violaciones, nuestra memoria se adormeció. Ahora está despertando, y a eso le temen los wignka…Porque ese ápice de memoria se ha hecho gigante y volvemos a recuperarla. Con incipientes palabras y frases escuchadas de boca de los abuelos, nos enteramos de los crímenes, de los abusos, de las persecuciones, de los desalojos y del genocidio. Ahora sabemos que durante milenios de existencia de nuestro pueblo en Wall Mapu, jamás hubo incendios que devoraran la selva como ha ocurrido desde la llegada del wingka invasor. Ni siquiera el rayo portador del fuego, era capaz de incendiar con su fuerza al lemu donde habitaban el pájaro, el puma, el hombre. Ni un lognko hubo que se atreviera a parcelar la tierra para negocios inmobiliarios mapuche- como ha dicho cierto gobernador.
Pero en el siglo XV llegó el wingka y comenzó la destrucción de todo: del idioma, de los ríos, de la selva, de los bosques, de la montaña, de la gente…Y nos dejaron un ápice de memoria en nuestra sangre antigua que resistió los quinientos años de la prepotencia invasora y genocida. Y eso molesta. Le molesta al patrón del fundo y al patrón de estancia, le molesta al heredero que recibió su legua de regalo por haber colaborado con la conquista y le molesta incluso al yanakona que cambió de bando en los años de la resistencia contra el invasor y que en este tiempo votó a Milei. Le molesta al político y al empresario, al gobernador y al presidente y le molesta al periodista cuya única religión es ser bien visto por el poder mediático y que sueña con ser contratado por Clarín o La Nación. Esos son los sicarios de la palabra que se esfuerzan para que los gobernantes hablen de “usurpaciones”, “terroristas”, “indios amigos” y mapuches buenos”.
La conquista del Desierto y la Pacificación de la Araucanía tuvieron un mismo propósito: el exterminio de los pueblos originarios y el apoderamiento de los territorios para hacer sus negocios desde el Estado, para ponerlos en manos de capitales extranjeros o de amigos oligarcas que siempre vigilan y presionan a cualesquier político que llegue al poder. Recordemos al empresario de medios Magneto, cuando dijo-en épocas de Menem, que ser Presidente de este país era un cargo menor. Para conseguir todo lo que han conseguido, han hecho prensa desde la literatura, desde sus diarios, desde la historia escrita por sus intelectuales y académicos y desde las instituciones creadas con ese fin, como la Sociedad Rural. A los políticos que aspiran a ser de su clase los protegen, los entrevistan a diario y los defienden como a patriotas sin mácula ni parangón. Recuerden a los “libertarios” calificando a Milei y a Macri como héroes superiores a San Martín.
A nuestro gobernador le gustaría estar en ese podio. Por eso se envalentona y se atreve a calificar de “terroristas de la RAM” a nuestros pu peñi y Lamien que recuperan algunas mínimas hectáreas para su supervivencia. Al gobernador le encanta salir en los diarios de la capital. Tempranamente ha emprendido la carrera presidencial para los próximos años, continuando el intento fallido de su ex mentor político, Mario Das Neves y a falta de un longko de nuestro pueblo extraditado no hace mucho, la emprende contra una dirigente mapuche conocida y con cierto prestigio, como es Moira Millan. Es la persona ideal para señalar como comandante de la RAM porque nuestra lamien viaja por el mundo y así, para sus mentes afiebradas, podría haber tenido contactos con terroristas internacionales y habría transportado armas de guerra escondidas en su kupan. Si da vergüenza el Presidente cuando expone en foros internacionales por su ignorancia y falta de criterio estratégico para buscar aliados, el gobernador comienza a dar asco por su nivel de racismo y de soberbia buscando aliarse directamente con los asesinos de Santiago Maldonado y Rafael Nawel para que hagan otra vez el trabajo sucio, en la seguridad de que siempre habrá un juez amigo, provincial o federal que los libere de culpa y cargo para luego ser condecorados.
Hagamos un poco de historia respecto de la manía incendiaria del wingka, siempre con el propósito de hacer negocios para entregar la tierra a los “inversores extranjeros”. Nadie se cree ya el cuento del “granero del mundo”, aunque lo repitan como un latiguillo en cada crisis, mientras mantienen a la mitad de la población bajo la línea de pobreza y a millones de niños que crecen desnutridos. Vayamos a examinar la harina de nuestro costal, dejando de lado la historia del “rayo misterioso” que, convenientemente, es el culpable de los incendios forestales cuando los políticos no saben qué explicación darle a la sociedad cuando suceden en zonas altamente ambicionadas para los negocios inmobiliarios de la cordillera chubutense. Empecemos a desgranar, sintéticamente, la historia del primer incendio que por intereses con capitales extranjeros, se produjo en Wall Mapu.
Vicente Pérez Rosales: el agente incendiario del gobierno chileno
Corría el año 1850 y el gobierno de Pedro Montt nombró al V. Pérez Rosales como agente de colonización para entregarle la tierra mapuche de la llamada Araucanía, a los colonos alemanes. Un día de febrero de hace 173 años desembarca en el puerto de Valdivia, llamado Corral y no puede más que elogiar la región, el paisaje, la selva y los ríos.
Lo único desagradable que ve allí, es la gente y al igual que el primer conquistador de Chile, Pedro de Valdivia, escribe: (…) “aquí lo único que falta es población”. No se espanta, sin embargo, de ver cómo es que los chilenos afincados en territorio mapuche obtienen grandes extensiones de terreno. “Buscaban al longko más cercano, embriagándolo y vendiéndole aguardiente barato para sellar el trato”-escribe. Eso era permitido por la Ley de Colonización del Sur y los chilenos lo hacían por su cuenta antes que el Estado se hiciera presente para vendérselos a los colonos alemanes.
Así pues, cuando llegó el primer contingente alemán, no había terrenos disponibles. Entonces el Agente Rosales procedió a quitarle la Isla de Tejas -frente mismo de la incipiente ciudad de Valdivia- a un militar francés que había peleado por la independencia y acomodó allí a sus colonos. “Seremos chilenos laboriosos y honrados como el que más” –declamó uno de los líderes de la avanzada, Carlos Anwanter. Y lo fueron tanto que se quedaron con casi toda la Araucanía. Los que vinieron detrás de los primeros cruzaron la cordillera y más tarde fundaron Bariloche: Furilofche para nuestra gente.
Pero la zona de Valdivia no era suficiente para el afán de aquellos primeros europeos expansionistas. Rápidamente se organiza una expedición encabezada por V. Pérez Rosales y el alemán Guillermo Frick para llegar al lago Llanquihue. Se llevan con ellos a dos mapuche como guías y emprenden la búsqueda de nuevos terrenos. Pero aquello era selva impenetrable y el avance dificultoso, sumándole a ello que en futuro habría que contratar a “mucho indio chilote” para desmontar la vegetación. Entonces el Agente Rosales toma la decisión de incendiar la selva para ahorrarles dinero a los alemanes. Y “contrató” a uno de sus guías para que hiciera el trabajo sucio. Lo habrá presionado seguramente, o tentado con dinero que no era de él para que el mapuche cometiera semejante crimen contra la naturaleza. El incendio duró tres meses. Las cenizas cubrieron a la pequeña Valdivia que estaba a 130 km del siniestro. Se quemó una faja de 25 km de ancho por 75 km de largo, según calculó orgulloso el mismo Agente Rosales. “El fuego continuó por largo tiempo la devastación de aquellas intransitables espesuras”, escribió luego.
El incendio afectó a un territorio de 2.000km cuadrados. En Valdivia, donde llovía 370 días al año-según decía socarronamente el Agente Rosales- ya no llueve como en 1850 y la temperatura ha subido 1,5 grados en el planeta. El agente incendiario que el gobierno envió al país de los mapuche, es un héroe nacional y un patriota sin mácula. Por nuestro peñi que se entregó a la tentación capitalista y fue la mano que encendió el fósforo, no se apuren a juzgarlo: la misma Itrofil Mongen- la naturaleza- se ocupó de él. Al poco tiempo murió ahogado en el lago Llanquihue.
✍ Chele Díaz
📷 Roxana Sposaro