Volver a la raíz: redescubrir la identidad mapuche tehuelche en Sierra Colorada
La comunidad mapuche tehuelche de Sierra Colorada impulsa propuestas de turismo rural, educación intercultural y protección del bosque nativo. En este entramado de memoria y acción, las juventudes asumen un rol protagónico en la reafirmación colectiva de la identidad. Micaela Solís, Joan Leal y Nehuen Aillapán relatan sus recorridos.
La identidad es un camino que se recorre. En 1937, Sierra Colorada recibió a los lamngen (hermanos y hermanas) desalojados de la comunidad mapuche tehuelche Nahuelpan, durante los procesos de despojo impulsados por el Estado y la elite dominante. Desde entonces, las familias que se asentaron en este paraje cordillerano en Chubut —ubicado a 1.900 km al sur de Buenos Aires— han sostenido una presencia activa en el territorio, transmitiendo saberes ancestrales, resistiendo al olvido y consolidando su organización comunitaria.
Para Joan, Micaela y Nehuen ese camino ha sido un redescubrimiento profundo, impulsado por el turismo rural comunitario de la comunidad mapuche-tehuelche de Sierra Colorada y la decisión consciente de reconectarse con sus raíces. Sus historias, aunque distintas, convergen en un mismo punto: la reafirmación de quiénes son y de dónde vienen.
Reencontrarse
Nehuen creció a la par del proyecto que hoy los define. “Todo empezó por mi padre, Daniel Omar Aillapán”, relata. Hace 15 años, su padre vio en el turismo una oportunidad, una forma de responder al anhelo de la gente de la ciudad por conectar con la naturaleza. “Él vio que la gente quiere ver los paisajes, quiere escapar de ese entorno”, explica Nehuen. Con esa visión, comenzó a ofrecer caminatas en la montaña. “Él empezó con todo esto cuando yo tenía 5 años. Las primeras temporadas costaron mucho. Yo, siendo el más chico de cuatro hermanos, lo acompañaba para todos lados”, recuerda con una sonrisa. Para él, que pasó su infancia entre Trevelin – a 17km -y el campo, la conexión fue una constante.
Para su primo Joan y su compañera Micaela, el recorrido fue diferente. La adolescencia, los colegios secundarios y la vida en el pueblo los distanciaron temporalmente de la vida comunitaria. Sin embargo, algo siempre estuvo presente en ellos. “Me fui dando cuenta de tantas actitudes mías que yo tenía con la naturaleza, el interés hacia los árboles, hacia la fauna”, reflexiona Joan. “Me di cuenta de que los que más me interesaban eran los que tenían el nombre mapuche, como el coihue, el ñire, la lenga”.
Ese interés latente derivó en un mensaje a su tío Daniel. “Le escribí preguntando si necesitaba gente para trabajar, y me dijo: ‘Sí, venite mañana’”. Joan volvió a Sierra Colorada con la idea de trabajar, pero se encontró con algo inesperado. “Fui con la mera idea de trabajar; no pensé que iba a encontrarme con un mundo tan enorme”, confiesa. Guiado por sus primos y primas, comenzó a comprender el conocimiento ancestral que guardan las plantas: sus usos medicinales, sus frutos y sus tintes. “Y así un montón de cosas que yo ignoraba cuando iba de niño. Las miraba, sí, me gustaban, pero no sabía qué eran”, expresa Joan.

El punto de quiebre
El punto de quiebre fue una charla con su tío Daniel sobre la importancia de dos instrumentos ceremoniales, el kultrün y la pifilka, dos instrumentos ancestrales. “De golpe me brotaron las lágrimas. Yo estaba llorando, pero no estaba triste, me sentía abrazado”, relata con la voz entrecortada. “Fue en ese momento que también empecé a romper con esa vergüenza que yo sentía por haberme alejado del territorio cuando entré al secundario”, explica Joan, y agrega que ese despertar lo incentivó “a estudiar, investigar, aprender de mis orígenes, a ver de dónde viene mi apellido, de dónde viene mi sangre”.
El bosque de lengas, cargado de energía e historias, se volvió un espacio de transformación. “Ese bosque tiene una energía que te envuelve y no salís igual. La primera vez que entrás es, a su vez, la última vez, porque cada vez que vas, siempre salís diferente”.
De la meseta a la cordillera
Micaela llegó a Sierra Colorada hace un año, junto a Joan. Su küpalme (linaje) proviene de Fofo Cahuel (caballo loco), en la meseta, Cushamen, a más de 170 km de distancia. En Joan encontró un compañero en la misma búsqueda. “Si bien no tengo el apellido mapuche, sé que mis abuelos son tanto mapuche como tehuelche”, afirma. En Sierra Colorada, la comunidad la recibió y la abrazó, un sentimiento que se hizo tangible en la reciente ceremonia de wiñoy xipantu (año nuevo mapuche), la primera para ella y para Joan.
“Fue una experiencia muy fuerte”, dice Micaela. “Incluso en la ceremonia sentí la presencia de mi abuela Lorenza. Ella hablaba mucho la lengua, el mapudungun. Hace 12 años que no está en esta tierra, pero cada día la siento más cerca”. Su abuela, cuenta, era famosa en Fofo Cahuel por organizar “unas tremendas fiestas, unas señaladas llenas de caballos, a las que asistía mucha gente”. Ahora espera el momento de volver a su paraje natal a buscar respuestas. “Yo sé que en algún momento voy a volver a Fofo Cahuel y ahí voy a poder encontrarme del todo con mi identidad”, afirma Micaela, y con gratitud agrega: “Mientras tanto, Sierra Colorada me abraza”.

Para Joan, la presencia de Micaela es fundamental. “Está creando un puente entre comunidades que tienen las mismas costumbres, pero al ser tan distantes, son distintas porque el paisaje, los animales y la naturaleza son diferentes”.
Trabajar la interculturalidad
Este camino de reafirmación no es solo espiritual; también es acción. Joan y Nehuen son guías de sitio y están lanzando “Trafken Mawiza” un proyecto de cabalgatas guiadas a puntos panorámicos, compartiendo la cosmovisión y el respeto por la mawiza (montaña), a la que consideran una energía femenina. “Cuando una zomo (mujer) entra en ese lugar, en ese territorio, la montaña la acepta sin ningún problema. Pero cuando va el wentru (varón), tenemos que pedir permiso. Incluso hay gente que va así, de turista, y por no pagarle a un guía se terminan perdiendo. El cuidado, el respeto a la naturaleza —como digo— a la montaña, siempre se tiene que implementar”, advierte Nehuen.

Por su parte, Micaela hace 5 años que es profesora de charango en la Orquesta “Pu Pichikeche”, que significa en mapudungun “Todos los niños”, y que reúne a más de 150 niños de diferentes barrios de la ciudad de Esquel.
Nehuen, Joan y Micaela, como otros jóvenes de comunidades originarias, transitan entre la ruralidad y la urbanidad como parte de una experiencia marcada por la búsqueda de oportunidades y la necesidad de mantener viva su identidad cultural. Mientras las ciudades les ofrecen acceso a educación, empleo y canales de visibilización política, la comunidad sigue siendo el espacio donde habitan sus saberes ancestrales, redes familiares y territorios sagrados. Sierra Colorada ofrece a sus jóvenes un espacio donde la identidad, el trabajo colectivo y el arraigo territorial se entrelazan como oportunidades concretas, integrando el cuidado de la biodiversidad y la construcción de interculturalidad.
El reciente wiñoy xipantu no fue solo una ceremonia más. Para ellos, fue un punto de inflexión. Como concluye Nehuen, les dio una nueva perspectiva: “Nos dio un optimismo, una fuerza de cómo afrontar cada situación que vaya a pasar durante este nuevo ciclo”. Una fuerza que nace de saberse parte de algo más grande, de haber encontrado en su propia tierra el camino de vuelta a casa, a la raíz.
📷 Roxana Sposaro
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