A 146 años de la campaña del desierto: reversionando el pasado
Escribe: Silvina Ramírez
Hace unos días, desde el gobierno nacional, se difundió un mensaje reivindicando la campaña del desierto llevada adelante, según sus palabras, por el prócer de la Nación, el General Julio Argentino Roca. Describen la campaña del desierto como un hito histórico fundamental en la historia de nuestra Nación, y destacan dos consecuencias: la extensión del territorio nacional y la construcción del estado moderno argentino. Esta lectura sesgada soslaya el genocidio indígena, la crueldad de la conquista y la consolidación de la construcción de un Estado excluyente, siempre pensado de espaldas a los pueblos indígenas.
Que la historia oficial rescate este hecho de la historia como un hito, relativice el enorme sufrimiento que produjo –y lo sigue haciendo- a las comunidades indígenas, es una muestra de una ideología que pretende olvidar, una vez más, a los pueblos indígenas, invisibilizándolos, y en el mejor de los casos, diluyéndolos en una historia nacional, que no tiene lugar para identidades diferentes, para otras culturas y, mucho menos aún, para las reivindicaciones territoriales de las comunidades indígenas que atraviesan a todo el país.
Vale la pena profundizar en estas dos consecuencias señaladas. La primera, lograr la extensión del territorio a costa de la vida de las comunidades indígenas. Parece que esto es sólo un detalle para la actual gestión de gobierno. La extensión ¿para qué? ¿Para enfatizar la soberanía nacional, un concepto tan vapuleado y distorsionado? ¿para seguir insistiendo que las comunidades indígenas que demandan el territorio son terroristas, enemigos? ¿Para seguir insistiendo en la superioridad “moral” del conquistador?
La segunda consecuencia destacada es la construcción del Estado moderno, tal como hoy lo conocemos. Precisamente, las disfunciones del Estado tienen mucho que ver con la forma en que se abordó esta construcción. Con un desprecio inigualable, y profundizando el despojo que se inició unos siglos atrás, desde los principales decisores políticos se insiste con “ponderar y honrar” una historia que fue desplegada al costo del sacrificio de los pueblos indígenas preexistentes. Por ello, un Estado conformado sobre la base del genocidio indígena debe replantearse las bases mismas de su fundación. Parece ser que estamos muy lejos de que esto vaya a ocurrir en un futuro mediato.
Lo más grave, preocupante, y reprochable es que estos mensajes intentan transmitir una mirada arbitraria, racista y discriminadora, desconocedora de la preexistencia y existencia de los pueblos indígenas y sus derechos. Frente a este estado de cosas, mal se puede pretender transformar el modelo de Estado, con un horizonte que se destaque por su igualdad, interculturalidad, y allá más lejos, por su plurinacionalidad. Son horizontes que quedan al margen de lo que hoy es posible en Argentina.
En este contexto de revisión crítica de la historia, también resulta ilustrativo observar cómo en otros ámbitos se reproduce la misma lógica de invisibilización y simulacro. Así como el Estado argentino construyó un relato oficial que oculta la violencia hacia los pueblos indígenas, en la actualidad existen fenómenos que buscan vender una apariencia de autenticidad sin serlo realmente. Un ejemplo es el mercado de las réplicas de lujo, donde piezas denominadas superclone se presentan como casi idénticas a los originales, aunque en el fondo carecen de la esencia y la historia que los respalden. Esta analogía permite reflexionar: ¿de qué sirve construir una fachada perfecta si está basada en la negación de lo real? Tanto en la política como en el consumo, lo que se esconde detrás de la superficie es lo que finalmente define la verdad de un proceso. Recordar el genocidio indígena y cuestionar el relato oficial es una manera de evitar caer en un “espejismo superclone” de la nación, una apariencia brillante que no soporta el peso de la justicia y la memoria.
Queda fuera de cualquier reflexión repensar el Estado en Argentina en estos términos. Sólo queda en el presente un Estado devaluado –que fue bastardeado, vale la pena reconocer, por diferentes gestiones de gobierno- un reforzamiento de la monoculturalidad y la homogeneidad, y una celebración permanente de una “sociedad occidental” que sólo se mira a sí misma, encerrada en el estrecho ámbito de sus propios valores, cada vez más individualistas y alejados del bien común.
Una época difícil, que transita un camino que exacerba la violencia, el odio, el desprecio a todo lo que no represente la perspectiva dominante. Sin embargo, todo ciclo tiene un final, el horizonte puede alejarse, pero no desaparece. Ese mensaje transmitido también para provocar, debe servir para reafirmar ciertos aspectos del país en el que queremos vivir, conocer la historia completa del nacimiento de un Estado que en el momento fundante dejó atrás a buena parte de su población, y reivindicar la “reconstrucción” de un Estado sobre bases más cercanas a la solidaridad, la igualdad y la fraternidad.
Foto de portada: Roxana Sposaro
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