Echar leña al fuego
Escribe Silvina Ramírez
Los incendios en Epuyén, localidad en la cordillera de la provincia del Chubut, permanecen con focos activos. Aunque, afortunadamente, no existen víctimas humanas, la devastación se traduce en la enorme afectación al bosque nativo, a decenas de casas, a todo el hábitat que es atravesado por la contaminación del humo y las cenizas. Una realidad que no es ajena a lo que vive la cordillera todos los veranos. Basta recordar el fuego que se desató en el Parque Nacional los Alerces hace un año, y que demoró prácticamente un mes en ser controlado.
Cuando la situación ya es irremediable, se hacen presente los representantes del poder político –en este caso, el gobernador provincial Ignacio Torres- que apunta, sin tener ninguna prueba ni esperar las hipótesis de los especialistas, a la intencionalidad del incendio. Como segundo paso de una estrategia que, a estas alturas es de manual, se busca un responsable a la manera de un chivo expiatorio. Aunque la realidad señala claramente al mal manejo de los bosques, a la sobre plantación de pinos que tienen un poder ígneo asombroso y que atraviesan la zona producto de negocios forestales, y a una falta de previsión que impacta por su repetición y contundencia.
Cuando la situación parece que no puede ser peor, la respuesta desde quienes llevan adelante la gestión de gobierno es –frase simplista, si la hay- que los responsables fueron los mapuche. Se los muestra, en el discurso público, como el enemigo, los terroristas, aquellos que atentan contra todo lo que se considera valioso (la propiedad privada fundamentalmente). Basta señalar, como ejemplo, la detención de Facundo Jones Huala y la reacción inmediata de la Ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, no sólo tildándolo de terrorista, sino estableciendo el vínculo directo entre su presencia en la zona (en El Bolsón, a 40 kilómetros del origen del incendio) y los incendios desatados.
Muy lejos de buscar las causas reales, anunciar políticas preventivas destinadas a preservar la naturaleza, asistir a los afectados, el primer anuncio tuvo como destinatario culpar al pueblo mapuche. Esta afirmación tajante e irresponsable genera legítimos interrogantes. En primer lugar, este accionar desmedido del Estado, tanto a nivel nacional como provincial, que no duda en señalar con el dedo a los responsables, cuando ni siquiera se habían iniciado las pericias correspondientes. En segundo lugar, la interpelación que provocan estos dichos, tanto a las comunidades indígenas como a toda la sociedad, que permanece en su mayoría silenciosa frente a tamaña impunidad discursiva del gobierno. En tercer lugar, encontrar las razones que existen para proceder de esta manera, cuáles son las causas sustantivas que gestan una situación paradojal: echar más leña al fuego, sembrando incertidumbre, desconfianzas, cuando se debería promover el trabajo colectivo y solidario, de indígenas y no indígenas, dado que –no olvidemos- el territorio que se quema también es territorio indígena.
Es posible ensayar algunas aproximaciones explicativas. El gobierno, intentando “esquivar el bulto”, señala a las comunidades indígenas como el modo fácil de evadir su responsabilidad, a la vez que sigue con la profundización de su demonización. La construcción del enemigo interno, tantas veces señalada en el pasado, vuelve a tomar más fuerza; esta idea, lamentablemente, ya se encuentra instalada en el imaginario colectivo.
Por su parte, las comunidades indígenas están atrapadas en una situación de mucha exposición y hostigamiento. En el último año fueron destinatarias de medidas estatales que, claramente, las debilita y que apuntan a sus territorios, su base de vida material y espiritual. En cuanto al resto de la sociedad, y a la luz de la mejor lectura posible, muchas veces canaliza su impotencia y sus miedos en un sujeto concreto, mucho más fácil de manejar que adentrarse en otras oscuras razones, más emparentadas con núcleos de poder que no quieren perder sus privilegios. Las disputas territoriales en las últimas décadas en la Patagonia están atravesadas por intereses espurios, en un entramado difícil de transparentar.
Por último, es mucho más beneficioso generar un clima de malestar construyendo, en el discurso, el sujeto culpable de las adversidades, que gestar acciones que a futuro eviten los incendios. Los gobiernos no se hacen cargo de su propia ineficacia, sumado a que protegen a aquellos que se han beneficiado con emprendimientos forestales, negocios inmobiliarios, etc.
Se vuelve imprescindible poner límites al aprovechamiento político de semejantes tragedias que involucran decenas de personas y todo un ecosistema. Denunciar, discutir, debatir, y principalmente rechazar los discursos de odio. Es imperativo no dejarse atrapar por enunciados simplistas, que orquestan una puesta en escena –basta repasar algunos últimos sucesos. Desde el desalojo a la lof Pailako, y el enorme despliegue de fuerzas de seguridad en un territorio vació; la detención por una horas de Facundo Jones Huala por una causa trivial y difícilmente comprobable; las denuncias de Torres y Bullrich contra las comunidades mapuche post incendio en Epuyén, hasta la reunión fallida de Torres con algunos pocos mapuche para autolegitimarse- que sólo sirve para distraer, y dejar de mirar el centro de los problemas, porque es muy posible que en ese centro se encuentre la casta política actual, que manipula, distorsiona y provoca tanto daño como los incendios, echando mucha más leña al fuego.
Foto de archivo: Roxana Sposaro- Incendio en la comarca
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